En este
post hablaremos del reciente descubrimiento de una mandíbula humana de hace 2,8
millones de años. Quizás os sorprenda una entrada de arqueología en un blog
biomédico. Pero la evolución humana nos puede ayudar a comprender el humano
actual, con su salud y su enfermedad. Es decir, entender la biomedicina de hoy.
El fragmento de mandíbula inferior izquierda encontrado en la región de Afar, en Etiopía. Fuente: Huffington Post |
Si me dieran un cheque en blanco para investigar
los orígenes del género Homo, lo
primero que haría sería buscar una cámara oculta tras las extrañas cortinas
rosas. Tras descubrir que no hay cámara, y por lo tanto, afirmar una vez más
que existe gente muy hortera, iría al aeropuerto y viajaría a Etiopía.
Concretamente, a la región de Afar, donde
tiempo atrás se crio, creció y, probablemente, reprodujo la popularizada Lucy y
sus compañeros de especie (Australopithecus afarensis vivió hace 3-4 millones de años). Y algo
similar debieron pensar los descubridores de la mandíbula de 2,8 millones de
años que ha aparecido recientemente en las noticias. Pues, no sólo vivió
allí la dama del Plioceno, sino pocos centenares de miles de años después se pasearían
por ahí algunos de los primeros individuos que acuchillaban la carroña con
filos de piedra. Pues allí también se han encontrado las herramientas fabricadas más antiguas conocidas (2,6 millones de años),
que según la concepción clásica de la evolución humana, debemos atribuir a un
nuevo género: el género Homo. ¿Y por
qué se le asigna a un nuevo género y no a uno que ya estaba ahí? En primer
lugar, porque históricamente se ha considerado que sólo el hombre puede ser inventor, y no un mono del sur (lo que significa Australopithecus) Y en segundo lugar,
porque estudios posteriores aseguran que los A. afarensis, como la mayoría de su género, no tenían la capacidad
de oponer el pulgar, que entre otras características, es necesario para
fabricar útiles.
En resumen, que la región de Afar es el lugar
ideal para encontrar la transición de Australopithecus a Homo tal como los entendemos actualmente. Pues como si se
tratase de una reacción química, en esta porción de Etiopía se encuentran los
reactivos-ancestros (Australopithecus)
y los productos-descendientes (Homo
primitivos). Ahora lo que faltaría encontrar son las flechas que los
relacionasen. Una de estas flechas, así lo deben pensar los descubridores, es
la mandíbula recientemente publicada, que han bautizado como LD 350-1. Esta
consiste sólo en la rama mandibular
izquierda, y siete raíces dentales (canino, premolares y molares). A pesar
de su pequeño tamaño, han encontrado varios (y muchos) atributos presentes en
la mandíbula ¡Y menuda sorpresa! Algunos son propias de Homo y otras de Australopithecus. Respecto a las
medidas dentales, la mayoría de atributos caen fuera del rango de variación de
los A. afarensis (curiosamente, no
comentan si también caen, o no en el rango de variación del género Homo…). Por lo tanto, si sumamos
atributos Homo, más medidas dentales
que caen fuera de rangos de variación de A.
afarensis, los investigadores lo tienen claro: ¡el primer Homo del registro fósil!
Aun así hay que ser cautos. Es cierto que, según
el modelo gradualista establecido (donde
las variaciones se van acumulando poco a poco hasta cambiar de especie y
género), uno debe esperar que un primer Homo
debe tener rasgos intermedios. De hecho,
esta es la razón por la que algunas personas presentarían rasgos típicos en
Neandertales, y no me refiero a dejarse las uñas largas y gritar por los
rellanos. Aun así, en paleonantropología hay que contextualizar.
Lo que se ha descubierto es un cacho de cuerpo del
que un día fue un individuo entero, con su cráneo, su torso y sus apéndices. Y
por lo tanto, sólo se ha podido analizar (muy correctamente) un trozo muy
concreto. Vaya, que se ha hecho una metonimia de la parte por el todo
flagrante. Algo que no es criticable (¡Hay que analizar lo que se encuentra!),
pero que tenemos que leer con precaución. Además, cabe decir que el número de
fósiles catalogados como Australopithecus
y Homo primitivos no es precisamente
abundante, y por lo tanto, aquello que nos parece característico de un género,
no podría ser más que un “engaño”. Si a todo esto, le añadimos que hay
paleontólogos que interpretan el registro fósil y los modelos evolutivos de diferente
manera a la gradualista (saltacionismo, por ejemplo), eso de establecer el
primer Homo, sea cual sea la
evidencia, se pone complicado ¿verdad?
Así, que os propongo una cosa. Olvidémonos de
discutir acerca de los primeros “algo” y darles esa importancia mediática.
Diría más, dejémoslos de querer encontrarlo. La única evidencia es que un cacho
de mandíbula astillada con siete raíces negras perteneció hace 2,8 millones de
años a un individuo que se paseaba por Afar, con un paisaje algo distinto al
que hoy conocemos. Junto a la mandíbula se encontró fauna que habita (o
habitaría) actualmente praderas húmedas. Cabe mencionar que, como ahora, se
estaba produciendo un período de calentamiento global, especialmente acusado y
seco en la región debido a la elevación del Rift (sistema montañoso producido
por una fractura que divide el cuerno de África del resto). Por lo tanto, los
animales se esas épocas (incluidos nuestros ancestros) cada vez estaban más
adaptados a ambientes secos. De esto pueden dar fe la mayoría de fósiles de
nuestro linaje encontrados en la región, ya sean catalogados como Australopithecus o como Homo. Siendo, LD 350-1 pues eso. Otra muestra
de ello. Otra bonita evidencia de la
evolución humana y del ambiente, eternamente cambiante, que ya lo decía
Heráclito.
Escrito por Daniel Fuentes Sánchez
Graduado en Biomedicina (UAB) y Masterando en
Evolución Humana (UBU)